VIDA CONSAGRADA: EL PERFIL DEL FORMADOR EN CUATRO PALABRAS

 

Según el p. Alday, claretiano, los verbos que resumen la figura del formador son estar, dialogar, proyectar y discernir junto con los formandos. Roma (Italia), 16 de febrero (VID). Al término de su charla dedicada al tema de la formación, el P. Josu  Mirena Alday, claretiano, ha presentado cuatro perfiles que representan las posibles figuras de formadores. En general, el perfil de un formador es el de uno a quien se ha encargado oficialmente de la transmisión del carisma de la identidad del Instituto y del discernimiento acerca de su recepción por parte de los jóvenes consagrados. Para él será prioritario el estar, dialogar, proyectar y discernir junto con los formandos.

 

Estar, una palabra que se impone en un momento en que la pobreza de personal y el exceso de trabajo pueden servir de excusa, justificada con la referencia más que ambigua a la edad adulta de los formandos, para multiplicar y ampliar las ausencias. Dialogar, creando espacios familiares para la circulación de la vida, interesándose en todo lo que mira a la vida de los formandos y a las cosas y acontecimientos que tejen la vida de la Familia, de su nueva familia. Dialogar en momentos especiales y en el transcurso cotidiano de la vida, a fin de que se vaya formando el sujeto comunitario, el nosotros. Proyectar, el curso de la vida del grupo a fin de que los aportes de todos converjan hacia el logro del objetivo propuesto a través de la fidelidad compartida a los medios propuestos. Como la vida comunitaria no puede absorber completamente la vida personal, sino que la requiere y estimula, habrá que ayudar al formando a calibrar las exigencias del proyecto personal, y acompañarlo en su elaboración y posterior evaluación. Discernir con rectitud y objetividad, con espíritu crítico y respeto escrupuloso lo que vocacionalmente es de todos, y que interesa y se refiere a todos, escuchando atentamente la palabra de los hermanos y ofreciendo generosamente la propia.

 

Al formador de los Postulantes se le exige una capacidad constantemente actualizada de lectura de la realidad juvenil y de sus lenguajes específicos; la capacidad de descodificar la demanda religiosa del joven para discernir con él la efectiva presencia del llamado divino. Y sabrá iniciar al postulante en el discernimiento espiritual, en el descubrimiento de la acción del Espíritu en su vida y en su historia, en el vivir de una manera nueva la relación consigo mismo, con los otros y con las cosas.

El formador de los novicios presta atención a los ritmos de cada persona, cuida y valoriza el coloquio personal, ayuda a cada uno a releer su propia experiencia de vida a la luz de la Palabra de Dios. Además, está abierto a las exigencias que vienen de los diversos ambientes de formación que frecuentan los jóvenes.

En fin, el responsable de la formación del Juniorado, sigue al joven consagrado en su inserción en las comunidades del Instituto; lo ayuda a acoger las diversas dinámicas de la vida fraterna; a aceptar a cada hermano por lo que es, y a comprometerse, de manera responsable, en la ejecución del Proyecto comunitario. Además, descubre algunos ámbitos apostólicos que consienten al joven religioso la experiencia de un aprendizaje guiado y mantiene contactos sistemáticos con quienes colaboran en tal experiencia. Elabora una programación anual en función de la demanda formativa" del grupo de Juniores y del itinerario indicado por el Instituto; se preocupa de garantizar durante el Juniorado la organicidad y complementariedad de los contenidos y de las experiencias de formación. Por último, es consciente de la importancia de una orientación unitaria en la formación del joven consagrado; el formador responsable le ofrece elementos de revisión que permiten evaluar su idoneidad para la vida consagrada específica y decidir su admisión a la profesión perpetua.

 

VIDA CONSAGRADA: LOS CUATRO COMETIDOS DEL FORMADOR VOCACIONAL

 

Los ha explicado a la Asociación Miembros Curias Generalicias el P. Alday. Roma (Italia), 16 de febrero (VID) – La labor de los formadores vocacionales en la Iglesia es un verdadero ministerio, ha señalado el P. Alday, claretiano, en su conferencia ante la Asociación Miembros Curias Generalicias (AMCG), que dedicó su segundo encuentro anual a la formación y a las características que debe tener un buen formador.

 

Discernir, acompañar, nutrir y verificar son los cuatro cometidos del buen formador, según el análisis del P. Alday.

 

En cuanto al discernir, el formador tiene, en nombre del Instituto, la responsabilidad de conocer progresivamente al formando y de discernir la autenticidad de su vocación. La tradición indica el objeto sobre el que versa este discernimiento: la idoneidad y la recta intención. La idoneidad deberá ser vista en una perspectiva evolutiva, y tendrán que aplicarse el criterio de la proporcionalidad, o sea idoneidad proporcional a la persona y a la etapa que está recorriendo, y el criterio de crecimiento, que la persona demuestre capacidad de crecimiento suficiente en dicha idoneidad. En cambio, la recta intención, consiste en la seriedad y sinceridad con que la persona prepara su libre decisión para hacer la voluntad de Dios a través de ella. Se refiere a por qué elige este tipo de vida.

 

El segundo verbo, el de acompañar, significa estar presentes y cercanos, conscientes de que la presencia es una forma de ser con el otro y para el otro. Una presencia respetuosa que se adecua al paso de cada uno y estimula su agilidad. Sin esta afectuosa distancia, el acompañamiento puede dar la sensación de cerco; y sin esta cálida presencia, el formador puede descuidar al formando quedándose en lo genérico. El medio privilegiado de este acompañamiento es el diálogo directo y regular. El acompañamiento en el vivir cotidiano, las relaciones de convivencia, los roces y la ayuda entre iguales son aspectos importantes en el conjunto sinfónico de los factores que influyen, pero no sustituyen la relación personal con el formador en un diálogo directo, confiado y regular. En la entrevista personal, antes que los contenidos debemos considerar su carácter de encuentro entre personas, de encuentro humano y espiritual.

 

Nutrir, en la perspectiva de los formadores se refiere a los contenidos doctrinales. El proyecto formativo deberá contemplar sistemática y progresivamente los contenidos doctrinales sobre la naturaleza de la vida consagrada en la Iglesia, el carisma, la misión y la historia del instituto, la naturaleza del apostolado, etc. Asimismo, reunirá en un todo orgánico los dinamismos y los pasos que el Instituto indica para iniciarse y avanzar en la práctica de los votos, la oración, la vida comunitaria, etc. Este cometido exige en los educadores o formadores una preparación doctrinal y una experiencia vital. Como a menudo no podrá ser realizado por un solo formador o por un solo Instituto, se necesitará la ayuda y la colaboración entre institutos.

 

El último verbo es el de verificar el conjunto del proceso a la luz del evangelio, del carisma, y de la vida teologal y moral. Los momentos especiales de verificación son: la admisión al noviciado, la primera profesión, la profesión perpetua y la ordenación, en el caso de los religiosos sacerdotes. Para el bien del Instituto y de los formandos, es importante realizar estas verificaciones según criterios y requisitos de objetividad. Este cometido comporta en los responsables de la formación un sentido del bien de la persona más allá de la simple complacencia o del temor a desagradar; una mirada de fe y caridad libre de prejuicios y de animadversiones, un equilibrio de juicio para dar a cada gesto un valor proporcionado.